
La sala de muestras de la Casa de la Cultura acoge una exposición del pintor Juan Lacomba bajo el título «Al raso pinturas de la marisma». Hasta el 11 de noviembre se encuentra abierta, con entrada gratuita.
El paisaje ocupa un lugar esencial en la obra de Juan Lacomba. Desde los paisajes emblemáticos de finales de los 70, los retratos del artista en el paisaje urbano de París de los primeros 80, para después -ya de vuelta en Carmona- dedicar buena parte de su producción de los 80 al territorio en el que vivió y pintó, con hitos significativos como la serie dedicada al Picacho en la que ofrece su testimonio de la herencia cultural, la huella romántica y da cuenta del paso del tiempo en el paisaje de la vega de Carmona. Sin embargo, es desde mediados de la década de los 90 cuando se siente atraído por Doñana y sus marismas, a las que dedica casi exclusivamente su pintura de estos años, iniciando una serie pictórica sobre el paisaje y los elementos de ese enclave privilegiado. Incluso trasladó su estudio a una finca en La Puebla del Río para vivir y sentir más profundamente el territorio que estaba pintando.
La exposición, comisariada por José Antonio Yñiguez Ovando, cuenta con alrededor de 65 obras, todas óleos sobre lienzo o sobre papel reentelado en lienzo y abarcan una arco temporal que va desde 1994 hasta 2016. La exposición se inicia con un gran cuadro nocturno del Guadalquivir del año 1994, como prólogo y homenaje al río creador de las marismas, para centrase a continuación en el paisaje de Doñana y la marisma. Son obras sobre la marisma pero también en la marisma, fruto de la observación directa y las sensaciones y vivencias acumuladas al transitar por la misma.
La mayoría de ellas tienen un formato vertical (100 x 70 centímetros) pero también se exponen dos apaisadas con formato propio del paisaje, y cinco grandes cuadros también apaisados (203 x 330 centímetros), obras éstas de gran ambición donde se sintetizan diferentes aspectos de la vida y el paisaje de la marisma, como pueden ser la berrea de los ciervos en otoño, o el trascurso del día y el discurrir de la noche en diferentes zonas de la marisma.
Asimismo, se exponen una serie de pequeños cuadros (45 x 38 centímetros) formando una especie de mosaico para dar idea de la variedad de los temas y las diferentes formas de abordarlos.
Dentro del conjunto hay visiones que van desde la panorámica a lo microscópico, donde aparecen formas orgánicas elementales que remiten a la semilla y a los procesos de germinación y crecimiento en la naturaleza. La presencia de los animales que habitan el territorio, el lenguaje particular de la vegetación autóctona, determinados enclaves esenciales como los pinares o las lagunas en diferentes estaciones y momentos del día, son algunos de los temas que pueden verse en la exposición.
Las aproximaciones a este paisaje de las marismas han sido variadas y su atención se ha disparado en numerosos frentes, pero se podría resumir diciendo que ofrecen una visión que va desde lo general (lo que podría entenderse como el panorama), a lo muy particular y hasta microscópico como las composiciones que remiten a las semillas o a formas orgánicas elementales. Los animales totémicos de la marisma (tortuga, ciervo, serpiente); las epifanías que el artista detecta, el poder de los espejismos; las condiciones de la marisma como laboratorio de vida y la multitud de formas orgánicas; la serie de los nocturnos; los trasuntos de la regeneración de la vida y el discurrir de la estaciones y, en definitiva, el conocimiento profundo prendido en el artista por la frecuentación del lugar, la observación atenta, el uso de los modos de vida que la marisma impone, donde la memoria de las cosas y la pintura se aúnan en una experiencia donde se alcanza una relación muy estrecha entre la geografía como lugar y la pintura.