
Cuando el reloj marcaba las once de la noche, el sueño de los rocieros llegaba a su fin. El simpecado de Utrera dejaba atrás la avenida rotulada con el nombre de la Virgen de Don Bosco, para culminar un camino que empezó a vivirse hace una decena de días.
Con la puesta de sol como testigo y una hora más tarde de lo anunciado, la comitiva utrerana abandonaba los caminos para pisar el asfalto y los adoquines. Como es tradicional, la barriada La Fontanilla fue la encargada de recibir a ese grupo de personas, que discurrió por un ramillete de calles de la localidad antes de alcanzar su sede canónica. Así, el cortejo pasó ante el monumento a Fernanda y Bernarda, caminó a los pies del castillo, y saludó a las hermandades de la Vera-Cruz (en la iglesia de San Francisco), de Jesús Nazareno (en la capilla de San Bartolomé), y de los Estudiantes y María Auxiliadora (en la iglesia del Carmen). Otro de los lugares destacados de este recorrido urbano se vivió en la confluencia de la calle Álvarez Hazañas con la avenida San Juan Bosco. Una importante lluvia de pétalos bañó un año más la carreta, en torno a vivas, cante de sevillanas y la bendición de los niños pequeños que fueron acercados al simpecado.
Con el canto de la salve y los vivas, en torno a la luz de las bengalas, esta representación de la Virgen del Rocío era llevada al interior de la parroquia de San José para aguardar la llegada de una nueva primavera que acercará a los romeros utreranos hasta las plantas de la Blanca Paloma.