
Penúltimo día de julio. Agosto ya tiene preparada su primera página. Estoy sentado frente al mar. El sol acaba de encender su fuente de luz. Un periódico y un libro. Unos apuntes y el móvil. Una mirada infinita que se refleja en el espejo borgeano de las dulces olas. Una pintura velazqueña en los ojos de una mujer. Todo es así de bello en la realidad de una mañana en este paraíso por el que la historia brinda de forma permanente. Las interrogaciones caminan por los inciertos senderos de la política española como un verso de pie quebrado, que no encuentra su rima en los horizontes brechtianos del alba. Si la función jakobsoniana del lenguaje y la metalingüística de los líderes no lo remedian, la sombra alargada de las terceras elecciones se proyecta como un epílogo que nunca quisimos escribir. «En todas las actividades es saludable, de vez en cuando, poner un signo de interrogación sobre aquellas cosas que por mucho tiempo han dado por seguras», decía Bertrand Russell al recordarnos con Jorge Luis Borges aquel río hecho de tiempo, por donde los rostros pasan como el agua. Los ciudadanos no dan crédito a lo que observan y perciben el teatro calderoniano de la vida española como el tráiler de una película que no queremos ver, aunque se anuncie en la cartelera de la incertidumbre. «Todo lo arreglaremos / poco a poco: te obligaremos, mar, / te obligaremos, tierra, /a hacer milagros, / porque en nosotros mismos, / en la lucha, / está el pez, está el pan, / está el milagro», versificaba el gran Neruda con la sintaxis que la emoción convierte en sentimiento más allá del corazón. Rajoy pronuncia sí ante el rey, mas no asegura ir a la investidura si no consigue los apoyos necesarios. Pedro Sánchez y Pablo Iglesias ya anunciaron el no rotundo. Rivera, en nombre de su partido kennedyano, abrió dos vías: una primera, en la que el Partido Popular gobernaría en minoría, con abstención de los demás partidos, y una segunda, que consistiría en un gobierno de coalición entre PP, PSOE y Ciudadanos, en el que el presidente sería una persona de consenso, lo que significaría la exclusión del señor de Pontevedra.
Si no hay gobierno en la hora en punto del reloj de la teoría política, las buenas cifras del paro volverán a sembrar la duda, los presupuestos para 2017 naufragarán como una nave que se aleja de Ítaca y muchos otros asuntos serán un teorema que no admiten más solución que una incógnita hitchcockiana. El marianismo, mientras tanto, se atrinchera para defender sus posiciones, mas sin el convencimiento de que pueda lograr sus objetivos. Tal como está la situación y con tantas asignaturas pendientes de su programación, un gobierno de coalición no es ningún disparate, ni ninguna aventura sin retorno. En Europa, esta alternativa es considerada y valorada como una solución antes que como un problema y las experiencias habidas no pueden considerarse como un fracaso, sino más bien como un hecho que la ciencia política aplaude por ser una prueba de que la democracia está al servicio de los intereses de todos antes que de los propios. Pero debemos volver al punto de partida del mismo día en el que se celebraron las elecciones. Con 137 escaños, por bien parecido que se el número, no se va a ninguna parte. El Partido Popular lo sabe. De ahí, la relevancia que tienen que desempeñar la negociación y el diálogo. «No somos elegidos por Dios, sino por el electorado, por lo tanto buscamos el diálogo con todos aquellos que ponen esfuerzo en esta democracia», aseveraba Willy Brandt en la memoria que tejen y destejen una pregunta y su respuesta. «Para dialogar, preguntad primero; después…, escuchad», señalaba Antonio Machado en los ríos innumerables de los años que nunca se pierden en el inexorable olvido. Mariano Rajoy, Pedro Sánchez, Pablo Iglesias, Albert Rivera y los representantes de los demás partidos y formaciones deben reflexionar y debatir con ellos mismos sobre el presente y el futuro de la nación española. Teniendo en cuenta que los plazos se agotan y la prosa, también. La repetición por tercera vez de las elecciones tampoco debe ser considerada como el diluvio universal, pintado por Gustave Doré. Vamos a esperar para saber qué ocurrirá en los próximos días. Hasta el mismo Rajoy tendría que plantearse la posibilidad de dar un paso atrás. Ya sabemos que la generosidad en política no es un hexámetro que leamos todos los días en el éxtasis del atardecer. «Por muy larga que sea la tormenta, el sol siempre vuelve a brillar entre las nubes», enmarcó en el retablo de los instantes que vuelven el poeta libanés Khalil Gibran. Antes de acostarse, hay que pensar que amanecerá.