
Con el blanco velazqueño del alba, comienzo a escribir. En lugar del portátil, cojo una pluma y unas cuartillas en blanco. En austera soledad saboreo una taza de café. Tengo en las manos la novela «Bloody Miami» del Maestro Tom Wolfe. La presentó en Barcelona en diciembre de 2013. Encima de la mesa, en su laberinto borgeano y el papel carbón, «El escritor gonzo. Cartas de aprendizaje y madurez» y «El diario del ron» de Hunter S. Thompson. En las estanterías, «Carta de una desconocida» de Stefan Zweig, «Paradero desconocido» de Kresmann Taylor, «84. Charing Cros Road» de Helene Hanff, otras cartas de Hemingway, Plath, César Vallejo, García Lorca y Faulkner, que recobran su esperado y debido lugar en ese presente donde converge el ayer.
Las miríficas reflexiones de Woolfe me han servido para leer en profundidad a Dickens, Balzac, Zola, Fielding, Dostoievski y Nicolai Gogol. Sorbo a sorbo, he podido beber sus obras universales; las cuales nacieron como linajes en aquel otro despertar que depara el tiempo de todo lo que ha sido. Conseguir que el periodismo sea el arte de lo real sin dejar de ser fiel a su naturaleza, a su esencia, a su secreto no es un milagro, sino el momento de la noche en el que está amaneciendo. Wolfe, Jimmy Breslin, Gay Talese, Hunter S. Thompson, Joan Didion, John Sack y Michael Herr, como Camba, González-Ruano, Campmany, Umbral, Vicent, Alcántara, Rosa Montero y los nietos y bisnietos de Larra, han encuadernado en piel y estampado en oro el estilo. Ellos son los antecedentes, pero también los consecuentes. Especialmente, el señor del traje de color blanco marfil, la camisa azul celeste, la corbata blanca con lunares negros, los gemelos blancos, el sombrero azul oscuro con cinta blanca, el pañuelo en la solapa, ribeteado con hilo azul, los zapatos a juego, el reloj, el bastón, los guantes y los hoyuelos a lo Kirk Douglas…
Ya decía el autor de «Mortal y rosa» que el príncipe del esnobismo trajo algo diferente: una nueva literatura y un chaleco blanco de lino. Su técnica es un río hecho de tiempo que pasa y queda: las escenas, los diálogos, «El Quijote», el punto de vista narrativo de Henry James, el monólogo interior; la literatura y el periodismo reunidos para que la voz de la realidad sea un hexámetro en el zéjel de los días. Con «A sangre fría» de Truman Capote, como referente que habita otro lenguaje, que sorprende en todas las memorias. La investigación a fondo del suceso, los recursos propios de la narrativa y los habituales de los géneros periodísticos refieren la historia como metáforas que se mecen en el esplendor de sus sílabas para reflejar en el insondable espejo de la infinitud lo que soñamos y lo que olvidamos.
Las mayúsculas, los signos de interrogación y de exclamación, las onomatopeyas, los adjetivos, el ingenio, la agudeza, la sintaxis, el cristal de las puertas interiores de las palabras, la singular idea de ver las historias como son y no de otra manera, la soledad, la agonía de un adiós, el hoy fugaz, los segundos, los instantes, la aurora como un epíteto en su luciente rima, la metonimia de la tarde, la sabiduría para fijarse en lo que otros ignoraron, lo que acontece antes del último punto y aparte, la noche propicia a un verso solitario. Homero, Cervantes, Quevedo. El libro impreso en papel biblia, con una inscripción en tinta, el ámbito sereno de un orden, el arte que nos revela nuestro propio ser, una antología del 27. Hasta la hora que va y viene por su predestinado camino.
La contraportada, los titulares, la noticia, el artículo, la crónica, el editorial, la información, las madrugadas en las que nos miramos y no parecemos los mismos, la eternidad de Ítaca. Lo indescifrable, la nostalgia. El azar, las letras de un solo apellido. Lo que escribió usted para que alcanzáramos la esperanza en la métrica de una prosa que nació como el primer vagido de una lengua. Lo que escribió el gran Talese para que un libro vuelva a ser lo que soñamos alguna vez como si nunca antes hubiera sido. Norman Mailer y «La banda que escribía torcido». De Truman Capote a Tom Wolfe. «De Azorín a Umbral». Así lo quieren los años. En las avenidas del mundo, la máquina de escribir nos dirá siempre quién es y quién ha sido el autor de «El nuevo periodismo». Como testigo de un poema en su íntimo diálogo con la vida. Ahora, ya al filo de la tarde adquiere sentido otro párrafo de Hunter S. Thompson. El domingo, la final de la eurocopa. Cristiano Ronaldo apartó a Gales. Y Bale sucumbió como si hubiera sido un personaje literario vencido por una metáfora errante.