
Me he levantado muy temprano. Oigo a Bach. Paz y dicha silenciosa. Me he duchado y he subido la persiana para ver el color que tiene el mar antes del alba. Es como una pintura que está llena de matices indescifrables y vivos en la soledad de los instantes que, en su armonía, confunden el amanecer con la puesta de sol. «La belleza es verdad; la verdad, belleza. Esto es todo lo que sabes sobre la tierra, y todo lo que necesitas saber», caligrafiaba John Keats. Es hora de ver la edición digital de los periódicos nacionales y locales para percibir «Los cinco sentidos del periodista: estar, ver, escuchar, compartir, pensar». Más tarde, llega el momento de salir a la calle para ver el día, cuando ya luce el sol, y comprar la edición de papel, que sigue siendo insustituible. Tengo en la mesa un libro preciado: «Los cínicos no sirven para este oficio. Sobre el buen periodismo». Breve, pero intenso. Una gota en el océano, capaz de transformar y de influir por su ética y compromiso. Está dividido en tres partes. La primera parte recoge un coloquio con Kapuscinski, moderado por María Nadotti; la segunda, la entrevista que le hizo al gran periodista Andrea Semplici; la tercera, el diálogo que Kapuscinski mantuvo con el escritor John Berger. «Lección de periodismo y de maravillosa literatura», escribe Joaquín Estefanía. Lo leo como la misma pasión con la que releo a Larra. Por muy diversas razones, el gran periodista polaco (1932-2007) me recuerda a «Fígaro». «Creo que para ejercer el periodismo, ante todo, hay que ser un buen hombre, o una buena mujer; buenos seres humanos», señala el gran Maestro en esta obra, conversada, sobre el trabajo del periodista y sus dificultades; sobre la responsabilidad de los intelectuales que se dedican a la información. El diálogo con el periodismo guarda muchas semejanzas con el que se hace con la literatura. Kapuscinski nos enseña a buscar la verdad siempre y a contarla como tal. Algo que también dijo Bend Bradlee. «El verdadero periodismo es intencional… Se fija un objetivo e intenta provocar algún tipo de cambio. El deber de un periodista es informar; informar de manera que ayude a la humanidad y no fomentando el odio o la arrogancia. La noticia debe servir para aumentar el conocimiento del otro, el respeto del otro».
El periodista puede ser tan buen narrador como un escritor y llegar a hacer literatura sabiendo que antes es el periodismo como objetivo y como fin en la crónica del discurso. El día sigue avanzando junto al mar, sin que las horas dejen su huella. El ruido de los coches es el mismo de siempre; de la misma forma que las prisas, los semáforos, el bullicio, las colas en los supermercados… La gente en las terrazas habla y escucha con pretextos distintos. Los kioscos no abren tan temprano como antes. Los tiempos son otros y las circunstancias dejan dudas. La política sestea en los calores de agosto y repara fuerzas para el duro septiembre que se avecina. Solo la interpelación al ministro del Interior, Jorge Fernández, por su polémica entrevista con Rato, constituye una de las pocas excepciones. De vez en cuando, asoma alguna declaración seleccionada para dar la sensación de actividad y la espera se reparte. Kapuscinski nos recuerda algo mirífico en su textualidad: «Siempre he intentado unir el lenguaje rápido de la información con la lengua reflexiva del cronista medieval». ¿Puede estar ahí uno de los grandes secretos del periodismo? Supongamos que así sea. Lectura obligada es, entonces, el artículo reproducido en la tribuna de «El País», el 11 de mayo de 2003, y titulado «Con Heródoto en la guerra».
Observaciones, reflexiones, prosa enjoyada de párrafos áuricos; sinceros, sintácticos y espejo de la mejor literatura. De aquella que escribían Quevedo en la «Historia del buscón llamado don Pablos» y Larra, Camba, Carmen de Burgos, Umbral y Rosa Montero en los periódicos. Por tanto, leer al Maestro Ryszard Kapuscinski es volver a soñar con la época dorada del periódico y recordar aquello que escribió Hugo Gutiérrez Vega: «La lectura de la prensa nos permite formar parte de la sociedad responsable, capaz de presionar a los poderes públicos para que se enfrenten con seriedad y honestidad a los graves problemas de la sociedad contemporánea». El día va menguando. Serena y callada, muere la tarde. Las preguntas comienzan a tener respuesta. El periódico y el libro de papel existen aún. La cultura empieza en los mismos. A través de Kapuscinski he descubierto a John Berger. Y a través de Rosa Montero, a Úrsula Le Guin y a Nabokov. Más lecturas. ¡Serán bienvenidas; con la taza de descafeinado y el zumo de naranja sobre la mesa! «¿Quién teme al Bahuaus feroz?»