
Nunca me han gustado las efemérides, sobre todo aquellas que nos recuerdan a los que ya no están. No obstante, hoy voy a hacer una excepción porque la protagonista de esta columna merece ser recordada, ahora y siempre.
Hoy se cumple el primer aniversario del fallecimiento de una de las mejores narradoras de nuestro país: Ana María Matute. Para quien ocupara el sillón K de la RAE, la escritura era una forma de vida, una forma de estar en el mundo. No sabía vivir sin escribir y por encima de todas las cosas, sin leer.
A lo largo de su vida ganó innumerables premios. No era su objetivo, ella escribía por el mero placer de escribir, pero con el paso de los años obtuvo algunos galardones tan importantes como el Café Gijón (1952), el Planeta (1954), el Nacional de Narrativa (1959), el Nadal (1959), el Nacional de Literatura Infantil y Juvenil (1984), el Ciudad de Barcelona de Literatura en lengua castellana (1995), el Nacional de las Letras Españolas (2007), el Miguel de Cervantes (2010)… La lista es interminable, casi tan extensa como su obra.
Matute, una niña de casi noventa años, no dudó en afirmar que tal vez la infancia era más larga que la vida. Hoy se cumple un año desde su partida, pero apliquemos aquel dicho de que nadie muere del todo mientras alguien lo recuerda y quedémonos con su legado, sus libros: obras como Pequeño teatro, Los hijos muertos, Primera memoria u Olvidado Rey Gudú siempre estarán ahí para que jamás olvidemos a una de las grandes de las letras hispanas.